Una recurrente idea en la cotidianeidad política y económica
Argentina es la que intenta asociar el desempeño de los gobiernos de Kirchner,
Cristina Fernández y, por transitividad, al de Alberto Fernández, con la
situación de Venezuela chavista. Suele ser un caballo de batalla de sectores de
la oposición y difundido en los medios de comunicación más grandes.
Lo cierto es que dicha argumentación se basa en una
caracterización del esquema político-económico venezolano que no termina de
estar del todo claro. La mayoría de las veces se utiliza dicho concepto como
base de ideas un tanto difusas, que, parecieran no perseguir un fin de
discusión, sino más bien, de una descalificación reduccionista. Es entonces que
los conceptos suelen quedar ocultos (seguramente de forma intencional) bajo un
bagaje amorfo.
Definir ese conjunto difuso de ideas es importante, ya que
las críticas se asocian al hecho de que el kirchnerismo, supuestamente, coincidiría
en dichos horizontes.
Las críticas al chavismo suelen estar asociadas a variados
aspectos: hechos de corrupción, clientelismo político, anulación de la
democracia republicana y, sobre todo, por sus resultados y características
económicas. Es en estas donde nos
basaremos para comparar ambos gobiernos. En este sentido podemos nombrar el
ataque a la propiedad privada de los medios de producción, de la iniciativa
privada, de la economía de mercado y los inversores financieros
internacionales, las confiscaciones o expropiaciones por parte del Estado con
un dominio total de la economía por parte de este último, principalmente. Algo
asimilable al “socialismo” (Cabe destacarse las diferencias existentes entre
los conceptos “estatización”, o “intervencionismo” y “socialismo”, que suelen
tomarse como sinónimos. Dicha distinción no será tratada en esta nota, salvo
como mera observación).
El objetivo no será discutir las características del “modo
venezolano de producción” en sí, en su lugar contrastaremos dichas ideas con lo
acontecido en Argentina, para corroborar si se condice con la mencionada situación
en la nación caribeña. Es decir, si puede afirmarse que el kirchnerismo se
dirigía o intentaba orientar hacia ese rumbo a nuestro país.
Argentina incurrió durante la etapa 2003-2015 en la
estatización de varias empresas que, otrora, pertenecieron a la órbita estatal.
Menciónese, entre otras a Aguas Argentinas (hoy Aysa), Aerolíneas Argentinas, YPF,
Trenes Argentinos etc. entre los nombres más rutilantes. También puede
agregarse a esta lista la estatización de los fondos de pensión en 2008, las
llamadas AFJP.
Si bien, evidentemente existieron, las mismas no hablan de
un afán “estatista” o de avance por sobre “la libre iniciativa privada”, ni
siquiera en la totalidad de los servicios públicos: La distribución de energía
sigue a cargo de privados, los cuales se vieron altamente beneficiados mediante
subsidios en sus gobiernos, o por la dolarización de las tarifas en la era
Macri.
Los casos de YPF y Trenes Argentinos merecen especial
atención: La estatización de la primera no fue total. Se adquirió la mayoría
del paquete accionario con el fin de controlar el directorio de la empresa.
Pero la política productiva de su antecesora, Repsol, nunca fue cuestionada. La
parcial adquisición se realizó cuando estallaron los problemas en el Balance de
Pagos, donde el sector energético tenía fuerte influencia. Además, la
expropiación se pagó con creces a los anteriores dueños.
Con la empresa ferroviaria, empresa sociedad del estado que
vino a reemplazar a las antiguas concesionarias de las líneas Mitre, Sarmiento,
Roca y Belgrano Sur, el cambio de manos se realizó una vez consumada la
tragedia de la Estación de Once de Septiembre, en febrero de 2012.
Con lo cual, las estatizaciones fueron realizadas o bien, en
sectores que antiguamente se gestionaban estatalmente. Pero cabe destacar que
no todas las empresas que ingresan en dicho universo fueron devueltas a la
órbita estatal y, algunas de las efectivamente re- estatizadas, fueron por la
mala gestión de estos como concesionarios y bajo la influencia de determinadas
coyunturas. Por lo demás, huelga decir que dichas expropiaciones fueron
abonadas a sus anteriores dueños, din ánimo de discutir la política de
desinversión llevada adelante por aquellos. Las expropiaciones por esta vía no
son un ataque a la propiedad privada, como suele acusarse.
Pero en la Argentina, durante el kirchnerismo, no hubo
ningún avance sobre la propiedad de particulares. Puede mencionarse que no hubo
ningún tipo de avance sobre la propiedad del principal sector productor
argentino: el sector agrícola-ganadero. Esto va más allá de la fallida
resolución 125, la cual se había puesto como objetivo escindir los precios
internacionales de los productos gravados de su reflejo en el mercado interno. En
Venezuela, sin embargo, el principal bien producido y exportable esta en manos
integras del Estado: el petróleo.
Se sabe que aun en contextos de democracias liberales,
capitalistas y occidentales, este tipo de expropiaciones son moneda corriente:
Se recuerda al gobierno de Barack Obama comprando la mayoría del paquete
accionario de la General Motors durante la crisis de 2008-09. Y, más aún, qué
decir del caso chileno donde el cobre, principal mercancía exportable, es
propiedad pública a través del ejército. Con lo cual, vemos que este tipo de
medidas no necesariamente se toman por sectores o países enfrentados a la
lógica privada de acumulación.
Por otro lado, si bien se mantuvieron relaciones tensas con
los organismos multilaterales de crédito y se fue reticente a contraer deuda
externa con estos o acreedores privados, esta conducta se sostuvo mientras fue
medianamente posible sustentar el ciclo económico con excedentes del comercio
exterior. Cuando estos no fueron suficientes, se intentó retomar el sendero del
crédito externo, intentando solucionar los litigios con los holdouts. No por
nada el gobierno de Cristina Kirchner se jactaba de ser “pagador serial”. Dicho
episodio no fue aislado: entre 2005 y 2010 se avanzó en la renegociación de
pasivos que el país sostenía posterior a la declaración de default de Rodriguez
Saá. Nunca existió intento alguno de repudio de esta.
En este sentido, sostenemos que los gobiernos
kirchneristas no han sido enemigos de la propiedad privada de los medios de
producción, ni algo así como un confiscador recurrente, o enemigo de los
mercados como intenta sostenerse. En su lugar, ha tendido a confiar en el
sector privado y su desempeño como factor económico en general. Las
estatizaciones han sido por asuntos puntuales y no una regularidad en su
accionar. Tampoco lo fue con los inversores y acreedores del país o a la hora
de pagar las expropiaciones.
Sí hubo asuntos en los cuales ambos países coincidieron,
estos son de carácter geopolítico. Es decir, respecto a asuntos de política
exterior, en los cuales se comportaron aliados. Puede mencionarse el rechazo a
los tratados de libre comercio en la región (ALCA) y la creación de UNASUR Y
CELAC. Pero no existen dichas coincidencias en el plano interno.
Visto y considerando lo desarrollado hasta acá, diremos que
la caracterización aplicada al kirchnerismo no es pertinente. Pareciera ser,
más bien, un ariete de ciertos sectores de la oposición y medios de comunicación.
Esto, además de un intento de simplificación absurda y burda, no se condice con
los hechos.
Por lo tanto, una discusión profunda y seria sobre las
problemáticas sociales, políticas y económicas debe partir de los conceptos
indicados y bien definidos. Sea cual fuere la postura ideológica que se tome a
priori o a posteriori. De esta manera también se evita de construir o debatir a
través de prejuicios o conceptos erróneos. Así es más factible se pueda avanzar
en una mejor y profunda comprensión analítica de la situación y perspectivas.

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